martes, 11 de febrero de 2014

Paz

Cuando nací, mis padres eran unos chamacos post-pubertos que apenas iban a empezar su carrera universitaria.

A sus 18 años era difícil lograr terminar la carrera con un chamaco recién nacido. Eso me queda muy claro, incluso, hasta estos días.

Se dieron a la tarea de buscar quién me cuidara, mientras ellos iban a la escuela.

Una señora vecina de mi colonia aceptó el paquete de cuidar al susodicho mocoso.

Doña Pasciana Ramos me cuidó desde que tenía aproximadamente un año y meses, hasta que nació mi hermana, cuando yo ya tenía 10 años.

En todo ese tiempo, la señora hizo lo mejor que pudo para cuidarme y a la vez, darme cierta guía espiritual, pues su fe católica era inquebrantable.

Gracias a ella me acerqué (por un tiempo) a la iglesia de mi colonia, llegando a hacer lo que ningún chamaco de 9-10 años ha hecho: darle pláticas de teología a miembros de un seminario (es decir, de quienes están a punto de ordenarse como sacerdotes) y a ser miembro activo de mi comunidad religiosa. No había domingo al que no fuera a "misa de niños" y cada Semana Santa iba con ella a ver la representación del Vía Crucis que organizaba la parroquia.

La señora siempre me cuidó con mucho amor y mucha paciencia, a pesar de mis múltiples maldades y travesuras, propias de un niño de mi edad. Puedo decir con toda certeza que ella fue mi segunda madre por 9 años, pues al igual que con sus hijos, me daba consejos y me quería mucho.

Cuando llegaba la hora, doña Paz (o como yo le decía de cariño, "tía Paz") me preparaba un delicioso café negro y me hacía acompañarlo con una pieza de pan dulce. Era para mi un auténtico manjar.

En su casa conviví con sus hijos, Gilberto y Victor, y con su esposo, quien siempre me regañaba cuando me portaba mal.

El día de hoy llegué a casa y me dieron la noticia de que mi tía Paz había fallecido.

Me dio muchísima tristeza. Y si, por qué no decirlo, un poco de remordimiento, pues a últimas fechas siempre me decía "Iré a visitarla" y nunca lo hice, ya sea porque se me olvidaba o el trabajo no me lo permitía.

La última vez que la visité fue antes de irme a Texas (o al menos eso es lo que recuerdo). Platicamos un buen rato y no dejaba de preguntarme por todo lo que había hecho después de terminar la carrera. Me enseñó una foto en la que aparecíamos los dos, ella más joven y yo con unos 4 años. Prometí que volvería por la foto para poderla escanear y tenerla.

Cuando falleció su esposo también fue muy triste, pues aunque lo recuerdo poco, lo apreciaba bastante. Me contaba que lo acompañaba a caminar por su calle, como terapia después de sus problemas cardiacos.

Nos contó a mis padres y a mi cómo fue que se despidió de él. No cabe duda que a pesar de los años, ella lo seguía queriendo mucho.

Creo que jamas podré agradecerle todo lo que hizo por mi y por mis padres. Por mi familia en general.

De cualquier manera, donde quiera que se encuentre, le agradezco haberme abierto las puertas de su casa por tantos años, por su cariño, su ternura, su paciencia y por su tiempo. Sin duda formó parte de la persona que ahora soy.

Mañana la llevarán a su natal Puebla, a sepultarla junto con su esposo. Tenía 80 años.

Sin temor a equivocarme, una parte de mi ha muerto también el día de hoy, y un cúmulo de recuerdos vienen a mi mente mientras le dedico unas cuantas lágrimas de agradecimiento.

Algún día nos volveremos a encontrar, tía Paz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

TL; DR

Rotter dijo...

Mi carnes, Por casualidad entré a mi viejo blog y me encuentro con semejante post chingon.
Un abrazo carnal.
Atte: El Fûhrer, Rotter.